El dueño del bar era Salomón Rey, un
árabe que tuvo que exiliarse de su país natal por infiel. El asunto no fue
provocado por un cambio repentino en la Fe del señor Salomón, sino que le fue
infiel a su harem. Engañó a sus diez concubinas con otro harem de concubinas de
un califa de la región.
Tras recorrer el desierto en camello
durante mil y una noches abordó un tren junto con sus concubinas, camellos y
baúles, que los llevó hasta un puerto donde todos abordaron un viejo carguero a
vapor que los depositó en el nuevo mundo.
Tras deambular años de pueblo en
pueblo, Salomón Rey y su comitiva arribaron a un pueblo sin nombre, nuestro
pueblo, que no era más que cinco ranchos de adobe, piedras y ramas. Al
principio la gente entró en pánico frente a la llegada de los camellos, nunca
habían visto animales jorobados como aquellos, salvo al Jorobado Mauricio, que
en Paz descanse.
Una vez repuestos del susto, se
acercaron todos a dar la bienvenida a Salomón y sus mujeres. Estas también
fueron motivo de admiración e incidentes. Admiración por parte de los hombres y
los incidentes los provocaron las mujeres de estos, ya que se vieron opacadas
por tanta belleza exótica y auguraban que sus maridos las engañarían con las
jóvenes del harem. Todo volvió a la calma habitual, cuando Salomón explicó que
todas eran sus esposas y que a nadie estaba permitido tener contacto con ellas.
Esto último, años después, sería ignorado por todos e, incluso, promovido por
el mismo Salomón Rey.
Lo primero que hizo Salomón fue
encargar la construcción de su casa. La primera hecha de materiales que fueron
traídos del extranjero. Maderas del Congo, mármol de Luxor y vidrios de
Avellaneda. Mientras duró la construcción, Salomón armó una inmensa carpa en
los terrenos linderos. La carpa años después sería vendida a un gitano, un tal
Melquíades, que pasó por el pueblo con su caravana buscando información sobre
un pueblo llamado Macondo.
De lo segundo que se ocupó Salomón fue
de establecer un medio de vida. Si bien había traído consigo fabulosos baúles,
que todo el mundo consideró que contenían tesoros invaluables, resultó que sólo
albergaban baratijas que Salomón Rey había traído con la idea de montar un
negocio. Y así lo hizo.
Una vez terminada la construcción de
la casa, montó en la ahora desocupada carpa, el Bazar Al Pasar. Ahí acomodó
todas las chucherías que había traído en su huida. Todo a precio muy barato.
Todo por dos pesos. A pesar de lo cual y debido a la novedad, ya que fue el
primer comercio del pueblo y alrededores, Salomón Rey amasó una fortuna y
gracias a ella, algunos años más tarde, mandó a construir un segundo
establecimiento de usos múltiples: sábados, Domingos y Feriados, salón de
fiestas familiares. El resto de la semana, de día funcionaría un bar, por las
noches una casa de tolerancia, un quilombo.
También mandó a construir, en el
extranjero, un cartel que, mediante un ingenioso sistema de poleas y
engranajes, cambiaba el nombre del establecimiento a medida que este cambiaba
de rubro según correspondiera. Así cuando el bar estaba abierto durante el día,
podía leerse en el cartel: “Bar El Beduino Sediento”. Los fines de semana y
feriados se leía: “Salón de Fiestas y Pelotero El Saltimbanqui”. Finalmente,
por las noches, cuando el piringundín habría sus puertas al amor, el cartel
cambiaba para leerse: “Las Minas de Salomón Rey”.
La marquesina maravillosa resultó,
además de un asombroso artilugio mecánico, muy útil para orientar a la
clientela de cada rubro. Prueba de ello fue que, cuando un día, por el
desbalanceo de unas poleas, según se supo más tarde, el cartel dejó de
funcionar, quedando su metamorfosis informativa y maravillosa congelada en el
limbo. Así fue que un grupo de habitués del quilombo irrumpieron en medio de
una fiesta familiar y se dieron al galanteo monetario con las tías y madrinas
presentes en el ágape. Los maridos, tíos, sobrinos y ahijados, agraviados por
la falta de respeto, respondieron violentamente a botellazo limpio. En poco tiempo
la fiesta familiar se transformó en un verdadero quilombo.
A medida que fue pasando el tiempo y
por el uso y costumbre los nombres con que Salomón Rey bautizó sus tres
negocios en uno, fueron cayendo en desuso. Así es como hoy, todos los
pobladores, se refieren a él como El Bar de Las Putas. También contribuyó a
esto, que las empleadas, tanto, del bar, del salón de fiestas y del quilombo,
fueran las mismas mujeres, es decir, las mujeres del harem con que Salomón
había llegado al pueblo.
Los únicos hombres que trabajaban en
El Bar de Las Putas era la banda de música. Esta estaba compuesta, tanto la
banda como la música, por cuatro hermanos; que cuando no se dedicaban al arte
de las musas, robaban ganado en las comarcas vecinas. Los hermanos eran: Jose “Joe”
Ramón, Juan “Jhonnie” Ramón, Daniel Domingo “Dee-Dee” Ramón y Marcos “Marky” Ramón.
Se hacían llamar, claro está, Los Ramones. Más tarde se incorporaría Albino
El-Tulá, pero sólo como músico invitado dada la negativa de este último a tener
que cambiarse el apellido. “Puedo cambiar
de Fe, pero jamás renunciaré a mi apellido, que fue lo único que me dio mi
padre”, sentenció. Y así quedó la cosa.
Con el tiempo, los Ramones formarían
sus respectivas familias con las mujeres del bar, transformándose en un
verdadero emprendimiento familiar. Visto de esta manera, la venida al pueblo de
Salomón Rey le dio un gran impulso en todo sentido, gracias a las múltiples
construcciones que encargó, los múltiples negocios que fundó y la formación de
nuevas familias que propició.
Por todo esto, años más tarde, fue el
principal candidato en la competencia electoral por la intendencia del pueblo.
Pero eso es otra historia.